Aquí podéis leer la 1ª parte de "Giovanni Visconti, el obligado sucesor de Bettini"
Eusebio estaba muy contento con él y le hubiese ido renovando pero, el brillo de la novedad le haría dar uno de los pasos más desafortunados de su carrera.
En 2016, Alejandro Valverde quería asaltar el podio del Giro de Italia. Giovanni tenía la misión de protegerle. Aun así, iba bien colocado en la General. Se sentía realmente bien. Sin embargo, durante una de las etapas, Vincenzo Nibali se acercó a él. “Vamos tío, qué te parecería venirte a Bahrain. El equipo es nuevo pero pinta muy bien. Estarías a mi lado y seguirías creciendo”, le lanzó.
Giovanni siempre le había tenido mucha simpatía. De aficionados era él quien se llevaba los triunfos, de profesionales, la cosa cambió, pero el respeto siempre se mantuvo. Sin darse cuenta, el color oro del maillot de Nibali pareció cegarle la vista. Le sedujo la intensidad de lo nuevo. Sólo le dieron una semana para pensarlo, y acabó aceptando.

Tras dos años en el equipo árabe, Giovanni acabó recalando en el italiano Neri Sottoli-Selle Italia (que pasó a llamarse Vini Zabù en 2020) hasta que en 2021 firmó por el Bardiani-CSF-Faizanè.
El ciclismo le seguía gustando pero sentía que, poco a poco, no conseguía llegar a todo. Con una vida en familia, sentía que no podía llegar a todo, que no descansaba. Incluso, había días en los que se le hacía tarde para recibir un masaje.
En competición, la situación era aun peor. Siempre a cola de pelotón, acabar una carrera se convertía en una empresa casi imposible. Su imagen de triunfador parecía diluirse en la de un gris funcionario del ciclismo. Como si nadie se diera cuenta de que estaba corriendo.

Aturdido por los golpes que cada día parecía asestarle la angustia del deseo de acabar con todo aquello, comenzó a idear una carta de despedida. Un alivio para todo aquello. El año pasado, durante la disputa de O Gran Camiño le dijo a Roberto Reberveri que no podía más. El mánager del equipo le consiguió calmar. Le dijo que preparara la Tirreno-Adriático, que ya irían viendo.
Giovanni no sabía que iba a tomar aquella decisión. De hecho, pidió a su mujer que se acercara a la salida de la segunda etapa, que estaba a hora y media de la casa familiar ya que, posteriormente, la carrera discurriría en dirección contraria, hacia el Adriático. Sin embargo, durante la disputa de la carrera se fijó al pasar por Capannoli, donde ganó su primera carrera como amateur. Kilómetros después, el pelotón se adentró por las calles de Peccioli, donde debutó como profesional en el De Nardi y donde, años después, con ayuda de Bettini, ganó su primera carrera como profesional con el Quick-Step. En ese momento, se volvió más frágil aun. Creyó ver una invitación del destino. Era el momento de dejarlo. Esperó hasta el kilómetro 100, donde sabía que había un coche de auxiliares esperando para dar el avituallamiento. No dijo nada a Reberveri sabiendo que, si se lo contaba, habría obligado a los auxiliares a irse de allí.
Al llegar, tomó aire. Bajó de su bicicleta y se llevó al mano al pecho para conectar su radio. “Chicos, aquí acaba mi carrera. No sé si es el mejor ejemplo. Pero yo he llegado hasta aquí. No puedo más. Muchas gracias a todos”, silbó mientras sentía que las agujas de la duda que llevaban semanas atormentándole parecían disminuir su intensidad.

Un año después, Giovanni se siente bien, aunque no puede evitar acordarse de todo aquello. Adaptarse a la vida de una persona normal, a sus 40 recién cumplidos no es fácil. Ahora trabaja en un Centro de Fisioterapia apoyando a ciclistas de su región como preparador, además de actuar como embajador de marcas relacionadas con el ciclismo.
Hoy ha ido a comprar un marco en el que incluirá dos fotos. Una es la de su primera victoria, la otra es la última, nada menos que ante Egan Bernal, justo el año en el que el colombiano, que curiosamente también nació un 13 de enero, había ganado el Tour. Esas dos gestas ocuparán un lugar pequeño. A Giovanni nunca le gustó alardear de ninguna de sus 34 victorias. De hecho, el único maillot atrapado en su pared no es suyo. Es el de su querido “Bala”, el que le regaló con una dedicatoria cuando ganó el Campeonato del Mundo.
Sin embargo, a veces, cuando la melancolía se acerca a visitarle, cuenta con un gran amigo. Paolo Bettini, aquel con el que tanta gente quiso compararle, no tiene ni que llamarle por teléfono, tarda menos tocando el timbre de su casa para pedir sal a su vecino.