Aquí puedes leer la 1ª parte de "Pello Bilbao, el gran comodín de Mikel Landa"
Pero, arrastrado por una corriente de rumores, el fin de aquella etapa estaba por llegar.
Sin las explicaciones que, a su juicio, resultaran acertadas, Pello vio como el equipo de sus sueños, cerraba las puertas de forma tan tardía como desafortunada. Muchos de sus compañeros, ya fuera por resultar demasiado mayores o por haber dedicado su trayectoria a trabajar para otros, vieron como, de la noche a la mañana, dejaron de ser apetecibles para el mercado que sujeta al ciclismo.

Pello, en cambio, contaba con una juventud lacrada en una trayectoria apetecible para muchos. Días después del cierre, ya contaba con un contrato en su mesa. Caja Rural, el equipo vecino, quería contar con sus servicios. A pesar de descender del escalón del World Tour, agradeció el gesto de confianza del equipo navarro con la autoestima suficientemente robusta de quien no quería ceder al chantaje del orgullo herido por el peldaño descendido. A cambio, concibió su fichaje como una bofetada de realidad. El ciclismo no sólo era traicionero en la carretera. Te podía sacar de su estela en cualquier momento. Y él había estado a punto de abandonarla. A cambio, recién terminados sus estudios universitarios, durante su segundo año en el equipo, se sentía con la convicción de que, por primera vez, iba a ser ciclista al 100%. Con la tranquilidad de poder permitirse entrenar y descansar, como cualquier otro compañero de pelotón.
Sin darse cuenta, estaba despertando en él lo que Miguel Madariaga había intuido cuando le fichó para la Fundación. El ciclismo le iba a conocer. Sus triunfos, aunque en carreras modestas, empezaron a llegar amparado en un equipo unido. Con veteranos como Amets Txurruka, su gran amigo, con quien volvía a coincidir, que apoyaban a corredores jóvenes hambrientos de progreso. “Os quiero en la pelea. En las ganas de sentiros ciclistas”, le repetían. Se divertían juntos. También en las concentraciones. En una de ellas, en Navacerrada, las tardes se hacían largas. Un día, trasteando por Internet, vio que, en los alrededores, alguien vendía una guitarra. “Me bajo a comprar la guitarra, voy a aprender”, le dijo a Amets, que de nuevo compartía habitación con él. Pello aprendió a tocar en poco tiempo, encontrando el apoyo en Javier Aramendía, más experimentado, amenizando tardes musicales quizás para desgracia de Amets.

Salto al World Tour
Tras tres años en el Caja Rural, el Astana se interesó por sus servicios. El equipo kazajo, de categoría World Tour, lo fichó para disputar la temporada 2017. Llegó en categoría de ciclista humilde con pretensiones de mejora. Su fichaje fue tan discreto que Vinokourov, el mánager del equipo, apenas se interesó por él. Sin conseguir recordar ninguna conversación con el kazajo, su trayectoria se enfangó en inicios atrapados en problemas derivados del vicio en malas posturas. De pedaleo interrumpido. Pero, tras recuperarse, su exitosa participación en la Vuelta a España de aquel año resucitó el interés de Vinokourov por él, renovándolo por dos temporadas más.
Llegaron los años en los que, por primera vez, iba a tener que sostener a grandes líderes. A hombres que se estaban jugando objetivos importantes. A Fabio Aru le apoyó en la Vuelta a España del año siguiente, su primera con el equipo. Aquella en la que ambos circulaban en sentido contrario. Pello, sin galones, disfrutaba de unas piernas previamente afinadas en el descanso tras una gran Vuelta a Suiza, yendo a más cada día mientras que, el italiano, ganador de etapa en el Tour, perdía fuelle con el paso de las etapas, otorgando a Pello el papel de aquel soldado que acompaña a su capitán herido para reducir pérdidas de batalla.

Aunque, si algo le hace sentir orgulloso, son los servicios realizados para otro hombre: Miguel. El colombiano era diferente. Era de los más jóvenes del equipo, pero tenía una fuerza descomunal. Se ganó su admiración el día que, durante la Vuelta a España de 2017, camino de Sierra Nevada, a 20 kilómetros de meta, dejó el grupo de favoritos para imponerse en una ascensión donde, sin apenas porcentaje, Alberto Contador y Simon Yates, no pudieron seguirle.
Pero, un año después, en el Giro de 2018, cruzaron objetivos. Tras cada etapa el silencio parecía agitar sus miradas, que, presas de la tensión, no osaban encontrarse. Miguel que había perdido tiempo en la primera semana fruto de errores tácticos, parecía estar abocado a salirse del podio mientras que, Pello, tras superar con solvencia la crono, parecía tener aspiraciones de postular por un puesto de honor. Así, cuando uno se descolgaba, el otro intentaba aguantar un poco más y, cuando se encontraban, la desigualdad de aliento desarticulaba la colaboración.

Doble triunfo en el Giro
Pero Pello jamás faltó el respeto a su líder. Por eso, en 2019, acudió al Giro para trabajar en favor de Miguel, aunque, sin saberlo, iba a estar ante la oportunidad de su vida. En la séptima etapa, sabiendo que gozaba de libertad aquel día, consiguió filtrarse en una fuga que conseguiría resolver con maestría ante Tony Gallopin en la meta de Aquila. Aunque, sin saberlo, lo mejor estaba por llegar.
A un día de terminar el Giro, las instrucciones en el hotel fueron claras. “Pello y Cataldo a la fuga. A esperar el ataque de Miguel. El que debe de dar la Vuelta a la general”, les dijo Martinelli, Director del equipo. Sin embargo, el ataque del Colombiano no resultó definitivo. Cuando el grupo de Pello fue atrapado por los favoritos, la misión de moverse en favor de Miguel debía abortarse. El colombiano no tenía el ritmo necesario para dinamitar la carrera. A cambio, la llegada a meta era favorable a sus intereses. Tras consultarlo con el equipo, Pello lo tenía claro. Tras la última curva, arrancaría detrás de una rueda conocida, la de Mikel Landa. Sus miradas se cruzaron. Mikel adivinó las intenciones de Pello, pero nada pudo hacer con su punta de velocidad.

Pero la estrategia que se elabora desde los coches de equipo no siempre funciona. Meses después. Cuando las gélidas montañas del Giro dieron paso a la tórrida presión del Tour. Pello, que transitaba junto a Simon Yates y Gregor Mhulberger en pos de la gloria del triunfo en Bagneres de Bigorre no dejaba de escuchar por el pinganillo que “arrancase antes de la curva”. Pero era Pello quien sentía las piernas doloridas. Yates y Mhulberger le habían puesto al límite en el último repecho. Y en el ciclismo, el dolor sólo se acumula. Por eso, en aquella curva, fue incapaz de arrancar. Y, aunque su atención se la llevaba el austriaco, fue Yates quien se impuso.
Meses después, todo aquel que se le acerca le sigue dando su opinión. Que debía de haber atacado antes de la curva. Pero su calma tan sólo le hace asentir. Ya habrá más oportunidades. Cuando todo esto acabe. Cuando terminen los eventos virtuales. Cuando el mundo sane de nuevo.
Entonces habrá llegado la hora de echar un cable a un viejo amigo. De volver al Tour. Aunque les haya unido un jeque y no Miguel Madariaga. Aunque no fuera Mikel quien le convenciera, Pello había hablado previamente con él. Sabía que iba a fichar por Bahrain y dijo que sí a la valentía de su amigo. A la importancia de aunar fuerzas para apoyar al que primero le felicitó cuando se impuso en Monte Avena.

Si todo se soluciona, si el Tour se disputa, Pello se convertirá en el último hombre para Mikel. Su misión será apoyar a aquel que en juveniles fue su rival. Con el que compartió aprendizaje, primero en Naturgas y luego en Euskaltel. A pesar de que Gernika apenas dista unos kilómetros de Murgia, la localidad de Mikel, la globalización ha hecho que haya sido el Príncipe de un país desconocido el que haya unido su sueño.